Contenido
El día de hoy te contare el cuento de Pulpi.
En un acuario que se encontraba en las orillas de una playa del caribe, había una gran pecera, en donde vivían muchos peces que convivían en armonía. Entre ellos estaba una familia de pulpos.
El más pequeño de ellos se llamaba Pulpi. A él le encantaba comer dulces, le encantaba su color, su sabor, su forma. Le encantaba comerlos todo el tiempo.
Soñaba todos los días con que un día se mudaba a un país que estaba hecho de dulces, y las nubes eran de algodón de azúcar. Su casa estaría hecha de gomitas, y dormiría sobre una cama de chicles.
Pero él sabía que eso era imposible, así que se contentaba con comer dulces mientras soñaba con su mundo perfecto.
Pero Pulpi tenía un secreto: como no podía comer los dulces que se le antojaban frente a su mamá, y ella no estaba dispuesta a darle el dinero que quería, ideó una forma de conseguir todos los dulces que quería.
Un día, había visto a uno de sus amigos peces hacer algo que él consideraba malo: no tenían con qué jugar al futbol, así que se metió a una tienda de pelotas, y sacó una sin que el dueño se diera cuenta.
Tifón y la ballena
La princesa que no quería nadar
El ratón tranquilo
Rundo y el colibrí
Sus amigos de Pulpi se pusieron contentos.
Al salir, todos sus amigos se pusieron contentos porque había logrado conseguir una pelota sin tener que pagar ni un peso.
Así que decidió hacer lo mismo para poder comer muchos dulces.
Él le mentía a su mamá. Todos los días, sobre todo durante el verano, le pedía dinero a su mamá para poder comprarse un caramelo.
Como se portaba tan bien, y ayudaba tanto en su casa, su mamá no veía mal consentirlo con un dulce al día. Cuando recibía el dinero, se iba corriendo hacia la tienda del estanque. Esta era atendida por la señora Estrella de Mar.
Ella era una persona de la tercera edad, que no tenía muy buena vista, y casi siempre estaba dormida. Como todos los habitantes del estanque eran muy honestos, ella confiaba en que pagarían lo que tomaban.
Pero Pulpi se aprovechaba de esto, y cuando la señora estaba dormida, tomaba todos los dulces y pastelillos que podía guardar en sus bolsillos, y se echaba a correr tan rápido como podía.
La tienda estaba casi vacía.
Cuando despertaba, la señora notaba que la tienda estaba casi vacía, y se extrañaba mucho de que nunca le salían las cuentas. A final de mes, siempre le costaba trabajo juntar el dinero para reponer la mercancía.
Pulpi comía tantos dulces en un solo día, que al anochecer le dolía el estómago, pero no le preocupaba. Hasta que una noche, le dolió tanto que no podía moverse muy bien. Estuvo una semana sin salir de su casa.
Cuando lo llevaron al médico, se supo que estaba empachado. Gracias al diagnóstico del doctor, se enteraron del motivo de su dolor.
El pequeño pulpo tuvo que confesar sus fechorías, pues su mamá no encontraba explicación para su empacho, ya que según lo que ella sabía, Pulpi sólo comía un dulce al día.
Al enterarse, la mamá pulpo se enojó muchísimo. Nadaron hacia la tienda, y el pulpito fue obligado a pedir una disculpa después de confesarle a la señora Estrella su crimen.
La mamá y la dueña de la tienda decidieron ponerle un castigo: de ahora en adelante, tenía que ayudar en la tienda todas las tardes, hasta que se recuperara todo el dinero de los dulces.
Había robado muchos dulces.
Era seguro que pasaría mucho tiempo en esa tienda, ya que había robado muchos dulces.
Pulpi había aprendido su lección: después de tanto dolor de estómago, y de no poder salir a jugar con sus amigos en las tardes, se prometió que no volvería a probar ni un solo dulce, ni a robar o mentirle a su mamá.
Pero Pulpi solo logró cumplir la segunda de sus promesas.