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Cuento de los pingüinos enemigos
Hoy leeremos el cuento de los pingüinos enemigos, una historia que nos enseña a olvidar las diferencias y a descubrir la amistad de quien menos te lo esperas.
La historia comienza en el Polo Norte. Las historias corren a pesar del frío, se cuentan de uno a otro. Una de las que perduraba era acerca de dos pingüinos que vivían ahí mismo.
Eran un par de pingüinos, llamados Piwi y Pingüi. Ellos eran iguales a todos los demás. La única diferencia era que entre estos dos existía un gran odio. Sentían desprecio el uno por el otro.
Se rumoraban muchas cosas acerca de por qué se odiaban a tal grado, desde una pelea en la infancia hasta problemas mucho más graves. La causa siempre fue un enigma para los que los rodeaban.
Sin embargo, no había ninguna razón para tanto rencor. Nunca habían hablado, ni una sola vez. Pero aun así, se dirigían miradas de odio cada vez que coincidían en cualquier lugar.
Eran tantas las miradas, que en más de una ocasión estuvieron a punto de pelear sin importarles nada. Así continuaron durante algunos meses, y se les conoció como Los pingüinos enemigos.
La importancia de la compañía
Tifón y la ballena
La princesa que no quería nadar
El ratón tranquilo
Todos los años, en el Polo Norte se organizaba una gran fiesta en honor a la Navidad. Todos los habitantes estaban invitados. Era la fiesta más esperada del año, y ningún ser vivo que supiera de ella quería perdérsela.
En ella, todos bailaban, comían y se divertían hasta que llegaba la madrugada. Y este año tendría una temática que la hacía aún más divertida: todos tenían que ir disfrazados, de tal manera que no se supiera la identidad de nadie.
Todos se habían preparado con mucho esmero para esta fiesta, pero Piwi no tenía muchas ganas de ir porque había tenido mucho trabajo organizando los últimos detalles de la Navidad en su trabajo.
Sus amigos le insistieron, pero Piwi decía que no le gustaban ese tipo de eventos porque siempre terminaba sentado en un sillón, solo y sin nadie con quien hablar.
Pingüi, por su parte, era todo lo contrario. Había planeado su disfraz desde que se proclamó que sería una fiesta de ese tipo. Estaba demasiado contento porque le gustaba hacer nuevos amigos en las fiestas
Legó el día de la fiesta, y cuando todos se estaban arreglando para ir, Piwi se contagió del espíritu navideño de todos los que estaban ahí, así que decidió ir a la fiesta de último minuto.
Al llegar, todos estaban muy emocionados, pues no sabían quién era quien, y podían conocer a muchas nuevas personas en ese ambiente.
Todos compartían comida, regalos, sus anécdotas graciosas en el año, sus logros, y todo lo que los hacía felices.
Y entonces, si querer, los pingüinos enemigos terminaron sentados juntos en un sillón, compartiendo un delicioso pastel de manzana. Ninguno se atrevía a decir ninguna palabra, hasta Pingüi se decidió.
“Este año la fiesta ha mejorado mucho. En años anteriores, no se veía a tanta gente tan feliz como hoy. Me alegro mucho de haber venido” dijo.
“Estoy de acuerdo, no recuerdo que los osos polares participaran en estas fiestas, ¡y este año hasta disfrazados vinieron!” dijo Piwi riéndose.
“¿Y cuál es tu nombre, amigo? Veo que eres un pingüino pero no puedo reconocer tu cara”
“Mi nombre es secreto por hoy, si volvemos a vernos te lo diré.”
Y así pasaron toda la noche hablando de muchas cosas. Se dieron cuenta de que tenían mucho en común, y que podían llegar a ser muy buenos amigos.
Cuando llegó la hora de irse, Piwi estaba muy feliz porque su nuevo amigo había cambiado el típico final de todas sus fiestas: ya no había terminado sólo en un sillón, sino que comió y se divirtió con Pingüi.
Decidieron verse al día siguiente en el árbol de Navidad, para al fin descubrir quiénes eran. Emocionados, cada uno se fue a su casa a descansar.
Al día siguiente, llegaron al punto en que quedaron de verse. Ninguno de los dos podía creer que su peor enemigo había estado junto a él la noche anterior. Así que decidieron arreglar sus problemas de una vez por todas.
Y así fue como una buena amistad comenzó: al darse cuenta que sus diferencias no eran nada comparadas con lo bien que se llevaban.
Dale clic y leé el cuento Los dos ratoncitos