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Conoce el bello cuento de La princesa que no quería nadar
Hoy te voy a contar un hermoso cuento llamado La princesa que no quería nadar, y nos hace reflexionar acerca del miedo y de como debemos superarlo.
En el mundo hay muchas princesas diferentes. Todos hemos oído de alguna princesa a la que le guste mucho bailar, cantar, leer.
Pero la princesa de esta historia no era una normal. A ella le daban miedo muchas cosas, y siempre estaba nerviosa, que estaba preparada para que lo peor le pasara.
Los reyes se habían esmerado mucho en hacer que la princesa aprendiera todo tipo de habilidades, y esto incluía la natación. Tenía clases dos veces por semana, pero siempre se las ingeniaba para evitarlas.
Le tenía mucho miedo al agua, así que siempre que le pedían que entrara a la alberca, fingía algún dolor de cabeza, o que se iba a desmayar.
“Me siento muy mal, creo que necesito ir a recostarme a mi cama” decía la princesa. Cuando decía esto, se dejaba caer al suelo, y fingía un desmayo.
Pero de repente abría un ojo para ver si le habían creído. Así que su maestra al verla, la hacía volver al agua a regañadientes.
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Entonces, utilizaba sus habilidades para negociar con la maestra. Después de 20 minutos de debatir, terminaban volviendo a la alberca de niños, en donde el agua apenas le llegaba a la cintura. Ahí sí podía intentar nadar.
Mientras la profesora la veía, se preguntaba por qué en la alberca de adultos la princesa no podía ni meter los pies.
“Puedo ver que la princesa sería una gran nadadora si se atreviera a hacer lo mismo en la alberca de adultos. No es peligroso que lo haga. Por lo pronto, ya no serán necesarias las clases de natación, pues ella ya las domina.”
Tifón y la ballena
La princesa que no quería nadar
El ratón tranquilo
Rundo y el colibrí
Ese día por fin dejó de tomar las clases, y nunca volvió a intentar nadar otra vez. Ir hacia las profundidades le daba terror, así que no iba a las playas, no visitaba el lago del castillo, y nunca se metía a la alberca grande, sólo a la de niños.
Pero un día, le pasó algo que hizo que dejara de tenerle miedo al agua, y la cambiaría para siempre. Ella tenía un perrito llamado Pepe, que era muy travieso y siempre se metía en todos lados sin fijarse.
Ese día iba siguiendo a una ardilla, y resbaló en la orilla de la piscina grande. La princesa gritó por ayuda pero nadie podía oírla, así que tuvo que actuar rápido.
“No te preocupes Pepe, ahí voy” dijo aventándose al agua.
Cuando estaba dentro de la piscina, se dio cuenta que flotaba sin intentarlo, y que si hacía lo mismo que en la alberca pequeña, podía nadar sin problemas. Sólo tenía que mantener su cabeza hacia arriba.
Nadó hacia el pequeño perro, y lo abrazó a sí misma. Nadó de vuelta a la orilla, y ambos lograron salir sanos y salvos, pero empapados.
“¿Qué es lo que te pasó?” dijo la reina al ver que su vestido nuevo estaba escurriendo, y se veía muy arrugado.
“Tuve que saltar, mamá. Pepe se cayó al agua por perseguir a una ardilla, y como no sabe nada, fui yo quien se aventó para rescatarlo” dijo con orgullo.
“Tenía que salvarlo, pero él también me salvó a mí, pues me di cuenta que la piscina profunda no es tan peligrosa como yo creía. Sólo repetí los movimientos que hacía en la alberca pequeña y floté.”
“Me alegra mucho hija. Solo era cuestión de tiempo para que superaras ese gran miedo.” Terminó su madre con mucho orgullo.
El rey las observaba desde el balcón, riéndose de las ocurrencias de su hija.
Y así, la princesa aprendió que ser valiente no es no tenerle miedo a nada, más bien es enfrentarse a los grandes miedos para vencerlos.