Conoce el cuento La importancia de la compañía
Hoy te platicaré de La importancia de la compañía de personas que nos cuiden y nos ayuden en esos momentos difíciles de la vida.
Algunas veces, cuando estamos enfermos, tener la compañía de alguien que nos cuide y nos ayude en la recuperación puede hacer este proceso mucho más fácil. Nos distrae de lo mal que podemos llegar a sentirnos.
O al menos así pensaba una gallina que vivía en un granero muy pequeño. Un día, se enfermó de una fuerte gripa.
Ella vivía sola, no tenía quien la cuidara, y se lamentaba mucho de no tener amigos.
Su familia vivía muy lejos, y aunque querían visitarla y ver que mejorara, no podían por la gran distancia que los separaba.
Un día, la gallina se encontraba acostada, descansando del resfriado, cuando escuchó unos golpecitos en su puerta.
Era su vecino el gato, que se presentó a su casa con la excusa de querer saber cómo se encontraba, o si podía ayudarla en algo para que ella descansara.
La gallina, que se sentía muy sola, aceptó su ayuda y le pidió que fuera al día siguiente y le tendría algunas tareas que no podía hacer por sí misma.
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Pero tenía otras intenciones:
“La gallina está tan enferma que no notará nada. Si me deja entrar, mi plan funcionará. ¡Cuando más distraída esté, me voy a abalanzar sobre ella y me la voy a comer hasta que solo queden las plumas!”
El vecino llevaba muchos días sin comer, y llevaba los mismos días planeando cómo entrar a la casa de la gallina. Su gran oportunidad se presentó con el resfriado del ave.
La gallina no era nada tonta, y después de unos días, comenzó a sospechar que un gato no podría ser tan amable con ella solo porque sí. Debía tener otras intenciones.
Un día, se quedó dormida y cuando despertó, el gato la estaba acechando desde la puerta de su cuarto. Ahí se dió cuenta de que sólo esperaba que se descuidara para atacarla y comérsela.
Así que decidió exagerar sus síntomas, para que el felino pensara que estaba más débil y más vulnerable.
“Muchas gracias por venir a cuidarme vecino, no sabe lo preocupada que estaba de saber que tendría que pasar mi resfriado sola.” Dijo la gallina fingiendo que no podía hablar bien por el dolor de garganta.
Por varios días lo tuvo trabajando en su casa: le pedía que cocinara, que regara sus plantas, que cortara el pasto, que limpiara el polvo. Trataba de mantenerlo ocupado mientras planeaba cómo defenderse.
Y como el gato quería atacarla cuando estuviera más indefensa, aceptó hacer todo lo que ella le pedía.
Un día, la gallina le pidió que calentara un poco de agua para que se pudiera bañar. El gato puso un poco de agua en la estufa, y cuando estaba tibia, le dijo a la gallina que ya estaba lista.
“Necesito que esté hirviendo, vecino” gritó la gallina desde su cuarto. Así que el agua se quedó calentándose por un buen rato todavía.
Cuando al fin estaba hirviendo, la llevó hacia la bañera, y la echó ahí. La gallina se acercó hacia él, y le dijo “Ya conozco tus intenciones, vecino, y no voy a dejar que me ataques” mientras lo empujaba hacia la bañera.
El minino cayó hacia el suelo, pero su cola se metió en el agua hirviendo. Salió corriendo mientras gritaba y aullaba de dolor.
El gato aprendió la lección: no debía aprovecharse de la debilidad de los demás para atacarlos, y tuvo que descansar muchas semanas antes de poder volver a salir, ya que su colita aún estaba muy lastimada.
La gallina entendió que no necesitaba que nadie la cuidara mientras estaba enferma, ella sola podía hacerse cargo de sí misma y de los quehaceres de su casa.