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Cuento de la Casa de la Señora Tortuga
El día de hoy te contaré el cuento de la Casa de la Señora Tortuga, una historia que nos enseña a no hacer caso a lo que las personas dicen de uno.
La historia comienza a la orilla del océano, en una playa. Esta se encontraba alejada de la población, por lo que casi todos los animales andaban por el lugar sin preocupaciones.
Era muy diversa, pues había de todos los animales: peces, aves, animales exóticos, pulpos, entre muchos otros más. Ahí también vivían unas enormes tortugas. Todas ellas llevaban su casa dentro del caparazón sobre su espalda.
Entre ellas, existía una que era más grande, su edad pasaba por muchos años a las otras. Y su caparazón era el triple de pesado que el de las demás tortugas, lo que hacía que caminara mucho más lento.
Esto también hacía que perdiera mucho tiempo, porque una distancia corta le tomaba más horas que a las demás.
Las demás tortugas se burlaban de ella todo el tiempo. Cada vez que la veían caminar hacia cualquier lugar, le gritaban “Que lenta eres. A ese paso jamás lograrás llegar a ningún lado.”
La importancia de la compañía
Tifón y la ballena
La princesa que no quería nadar
El ratón tranquilo
Algunos otros le decían “Señora tortuga, por tu bien. Debes dejar tu casa. No llegas a ningún lugar y sólo te causa pesar.”
Pero a la señora tortuga no le importaba lo que decían. Ni siquiera se detenía a contestarles, o a mirarlos. Sólo seguía caminando, y recorriendo su camino tan despacio como tenía que ir.
Pero lo que los demás no sabían era que dentro de su casa, guardaba recuerdos de todas las crías que había tenido, y atesoraba mucho estas memorias, ya que tenía muchos años de no ver a sus pequeñas tortugas.
Cada una de sus tortuguitas le había dado un caracol cuando llegó el momento en que tenían que partir.
Como había vivido tantos años, el número de hijos, y por lo tanto caracoles, sobrepasaba los 100. Esto hacía que su caparazón fuera tan pesado, y no sólo el cascarón.
A pesar de ignorarlos, los comentarios le afectaban. Así que un día, después de pensarlo por mucho tiempo, decidió seguir los consejos y abandonar su casa.
Todos los recuerdos los llevaba en su corazón, así que no necesitaba tenerlos en físico. Y pensando esto, se encaminó a abandonar su casa.
Se acercó a una esquina de la playa, y con mucho pesar, bajó su caparazón y lo dejó ahí.
Comenzó a caminar, y notó que era mucho más rápida. Se alegró demasiado de haber escuchado lo que los demás pensaban. Ya no se tardaba tanto en llegar a sus compromisos, y ya nadie se burlaba de su lentitud.
Caminaba a todos lados, dejando atrás a los más jóvenes que antes se habían burlado de ella.
Todo fue mucho más divertido durante unos días, hasta que una fuerte lluvia azotó a la playa donde vivían. Todas las demás tortugas se refugiaron en sus casas, dentro de sus caparazones.
La señora tortuga se puso muy triste, ya que por escuchar las críticas de los demás, ahora se estaba mojando y tenía mucho frío.
La lluvia se volvió una tormenta, y la señora tortuga tenía mucho miedo. Y ahí comenzó a lamentarse por haber tomado tan mala decisión.
“Si aún tuviera mi caparazón en la espalda, podría meterme a mi casa a calentarme y dejaría de tener miedo.” Se decía a sí misma.
Así que decidió volver a recuperar su casa al lugar donde la había dejado. Caminó durante varias horas para poder llegar al lugar donde la había dejado.
Cuando volvió, su casa estaba exactamente como la dejó. Entró a ella, y pudo secarse y dormir calientita después del momento tan difícil que había tenido.
Después de lo que había pasado, decidió sacar los recuerdos y conservar sólo la casa.
Y así, la señora Tortuga aprendió que no debía escuchar lo que los demás opinaban de ella. Si a ella le gustaba llevar su casa a todas partes y se sentía cómoda con ello, estaba bien.
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